Hace algunos años, se me ocurrió la idea de compartir con mis hijos el balance del día. Y así fue como empezamos este ritual que se repite casi todas las noches. Nos invitamos mutuamente a hacer un ratito de silencio, luego cada uno pide su turno y empieza a contar lo más lindo, los “más o menos” y hasta le damos lugar a lo peor del día.

Tenemos algunas reglas que fuimos poniendo de común acuerdo: la primera es que no se puede hablar del otro, siempre hay que hacerlo desde uno. No vale, por ejemplo, decir: ‘Lo peor del día fue que mi hermana me peleó” y, en cambio, sí está permitido: “Lo peor del día es que me sentí muy mal por pelear con mi hermana”. Suena parecido, pero no es lo mismo echar la culpa afuera, que hacerse cargo de lo que nos pasa o de lo que generamos y pensar cómo podemos hacer para cambiarlo.

La segunda regla es que la mirada de uno es la mirada de uno y no se puede refutar. Cada uno es libre de contar su versión de los hechos y de expresar lo que siente. La tercera regla es que cuando uno habla, el resto escucha y no opina. La que más nos cuesta es la primera y hacemos grandes esfuerzos entre todos por respetarla.

La mirada de uno es la mirada de uno y no se puede refutar. Cada uno es libre de contar su versión de los hechos y de expresar lo que siente.

Con el tiempo y casi sin proponérmelo he descubierto un gran ejercicio diario. Cada mañana te invita a hacer, para así tener algo bueno que contar. Rescatar lo lindo y poner la lupa sobre eso ayuda. Aceptar lo malo es el primer paso para cambiarlo. Repasar las acciones en ese minuto de silencio nos lleva a reflexionar y a proponernos tener “más mejores” y menos “peores”. Muchas noches lo peor queda en blanco y sintetizamos con un: “Lo más feo no tengo”. Y esa frase suena contundente, como una batalla ganada.

Quería compartir este ritual con ustedes, quizás los inspire a crear el propio. Les cuento mi experiencia, que es la de una madre que intenta sin ninguna pretensión de perfección hacer lo mejor que le sale. Antes de irnos a dormir un mini llamado a la calma, a aquietar los pensamientos. Y hasta mi hijo más chico, que apenas tiene 3 años, hace rato que participa. La mayoría de las noches lo mejor de su día es que fue al campo y anduvo a caballo. Todos sabemos que eso no sucedió. Pero esa es la cuarta regla: cada uno puede crear su propia realidad.

Nos vemos la próxima semana!