Hace unos 10 años que se empezó a hablar de consumo consciente y responsable en la Argentina. La palabra sustentabilidad se escribía y se repetía sin saber muy bien de qué se trataba. Ser o no ser sustentable parecía separar a unos de otros.

Por un lado estaban los interesados en cuidar la tierra, el ambiente, la preservación de los recursos naturales, el uso responsable de la energía y del agua. Del otro, con recelo, miraban los que no creían en nada de todo eso y sí creían que el planeta podía seguir al ritmo de la extracción, la tala y la contaminación.

Comprar, tirar, comprar tenía sin dudas más fuerza que reducir, reciclar y reutilizar. El partido lo venía ganando el consumismo por goleada.

Pero un virus vino a detener lo que parecía imposible. Y hoy estamos todos del mismo lado. Todos en igualdad frente a la posibilidad de contagiarnos. Todos sin poder salir de casa. Todos volviendo a cocinar. Todos bregando por la salud. Desde Brasil se animan a declarar: “Nos dimos cuenta que podemos vivir sin jugadores de fútbol, pero no sin agricultores”. Y agregaría la importancia de que esos agricultores trabajen bajo condiciones dignas, sin estar expuestos a los agroquímicos y recibiendo un pago justo por su trabajo que redunde en beneficio de toda la comunidad.

Llegó la hora de visibilizar a los pequeños productores que trabajan cuidando la tierra y las personas. Es momento de asumir nuestra responsabilidad con el planeta. De elegir que tipo de consumidor vamos a ser: el que corre al supermercado en busca del ticket que le permita circular o el que compra consciente y responsable?

El tomate no crece en la góndola. El tomate viene de la tierra y en la tierra está el campesino que con su trabajo diario sostiene el sistema alimentario. El comercio está llamado a ser justo y equitativo. Así como debería ser justo y equitativo el acceso a la comida. Y agrego: saludable.

La economía que se viene es local, de cercanía y proximidad. El kilómetro cero de los alimentos va a ser el nuevo ticket. Las cadenas cortas entre productor y consumidor se basan en la transparencia y la confianza. Pronto vamos a elegir aquellos productos que recorran la menor distancia posible entre su lugar de producción y nuestra mesa. Y quizás, aquellos que tengamos espacio, hasta nos animemos a producir nuestros propios alimentos.
Ahora que la salud trepó a la cima de nuestros intereses, tenemos que saber que la salud está íntimamente ligada a la alimentación. Ya lo dijo Hipócrates (el padre de la medicina) hace 2400 años: “Que el alimento sea tu medicina y que tu medicina sea el alimento”.

Hoy más que nunca, todo depende de nosotros. Así como volvimos a cocinar en familia y así como vivimos esta cuarentena, de un día a la vez. Así puede venir el cambio. Es hora de preguntarnos a quién vamos a apoyar con nuestra compra, qué productos consideramos esenciales para nuestra alimentación, cómo vamos a cuidar nuestra salud de ahora en más? Qué poder vamos a ejercer con nuestro dinero? Queremos saber cómo y dónde se produce lo que comemos? Vamos a medir la distancia que recorren desde su lugar de origen hasta llegar a nuestra mesa?

Sepamos que cuando compramos a un productor que trabaja cuidando la tierra y las personas estamos siendo parte de la nueva economía. Y si sembramos nuestros propios alimentos, ni les cuento! La economía verde la introdujo la ONU en 2008 como respuesta a la crisis económica, energética, climática y alimentaria en las que se veía sumida la humanidad en el siglo XXI. Tomen nota porque 12 años después vamos a tener que tomarla en serio. Porque cuando nos volvamos a poner en marcha, el bienestar humano, la equidad social y el cuidado del medio ambiente tienen que estar por encima de cualquier otro bien. Y porque el único bien que deberíamos promover a partir de ahora: es el bien común.

Por Angie Ferrazzini, periodista, fundadora de la ONG Sabe la Tierra y Fellow de Ashoka
(Esta columna fue publicada en el Diario La Nación el 22/3/20 con motivo del Día de la Tierra)