Hoy voy a contarles de otro gran cambio en mi vida. Yo que me regodeaba en la gran ciudad y que iba de reunión en reunión, un día decidí bajarme. Sí, bajarme del ritmo que te impone vivir en Buenos Aires.

Lo primero que hicimos fue mudarnos al bajo de Acassuso, cerquita del río. Allá se crió Lua y nacieron Caetano y Moreno. Los veranos transcurrían en el campo, a 60 km de Necochea. Y la pasábamos tan bien que nos preguntamos: por qué no animarnos a prolongar ese “estado de vacaciones” y elegirlo como nueva forma de vida? 

En febrero de 2015 nos mudamos de un mes para el otro, solatándolo todo, a una casa en medio del bosque y a cuatro cuadras de la playa. En ese momento no lo pensamos mucho: accionamos. Y como cada decisión acertada que uno toma, el universo conspiró y todo fluyó de una manera increíble.

En 30 días teníamos nueva casa, vacantes en el colegio, hijos entusiastas con la mudanza y todo lo nuevo por delante. Nos habíamos preparado para que lloren, extrañen y quieran volverse y todo se complique. Nada de eso sucedió.

El primer año fue de acomodamiento, el segundo de proyectos y el tercero de concreciones.

Resultó un gran desafío liderar equipos a la distancia. Viajaba todas las semanas a los mercados Sabe la Tierra, después cada 15 días y hoy sólo una vez por mes.

Mis mañanas empiezan respirando en el bosque y al mediodía hago largas caminatas por la playa. Ya no corro de un lado al otro. Estoy a 10 minutos de cualquier punto de la ciudad. Trabajo en casa frente a un gran ventanal lleno de verde.

“Los días son más largos acá, mamá”, fue lo primero que notaron mis hijos. Volví a mí y allugar donde viví hasta los 18 años. Y como no puedo con mi gen emprendedor, abrí la primera Tienda Sabe la Tierra bajo el concepto de km0 donde priman los productos locales.

Bajarme en el momento donde estaba para comerme el mundo fue una decisión acertada pero un shock para muchos. Volviendo hacia atrás, recuerdo que en 2014 senté a un grupo de asesores y les dije: quiero abrir 100 mercados, llegar a toda la Argentina y Latinoamérica. Los 3 me miraron. Sabían que era capaz, pero también sabían que tenía 3 hijos chiquitos. Y fue algo mágico, al unísono me preguntaron: “Y tu familia, Angie?” Bueno, acá tienen la respuesta.

 

Por Angie Ferrazzini
Fundadora y Directora de Sabe la Tierra
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